Pedro Páramo. Capítulo 50. Página 102.

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-¿Quién crees tú que sea el jefe de éstos? -le preguntó más tarde al Tilcuate.

-Pues a mí se me figura que es el barrigón ése que estaba en medio y que ni alzó los ojos. Me late que es él... Me equivoco pocas veces, don Pedro.

-No, Damasio, el jefe eres tú. ¿O qué, no te quieres ir a la revuelta?

-Pero si hasta se me hace tarde. Con lo que me gusta a mí la bulla.

-Ya viste pues de qué se trata, así que ni necesitas mis consejos. Júntate trescientos muchachos de tu confianza y enrólate con esos alzados. Diles que les llevas la gente que les prometí. Lo demás ya sabrás tú cómo manejarlo.

-¿Y del dinero qué les digo? ¿También se los entriego?

-Te voy a dar diez pesos para cada uno. Ahí nomás para sus gastos más urgentes. Les dices que el resto está aquí guardado y a su disposición. No es conveniente cargar tanto dinero andando en esos trajines. Entre paréntesis: ¿te gustaría el ranchito de la Puerta de Piedra? Bueno, pues es tuyo desde ahorita. Le vas a llevar un recado al licenciado Gerardo Trujillo, de Comala, y allí mismo pondrá a tu nombre la propiedad. ¿Qué dices, Damasio?

-Eso ni se pregunta, patrón. Aunque con eso o sin eso yo haría esto por puro gusto. Como si usted no me conociera. De cualquier modo, se lo agradezco. La vieja tendrá al menos con qué entretenerse mientras yo suelto el trapo.

-Y mira, ahi de pasada arréate unas cuantas vacas. A ese rancho lo que le falta es movimiento.

-¿No importa que sean cebuses?

-Escoge de las que quieras, y las que tantees pueda cuidar tu mujer. Y volviendo a nuestro asunto, procura no alejarte mucho de los terrenos, por eso de que si vienen otros que vean el campo ya ocupado. Y venme a ver cada que puedas o tengas alguna novedad.

-Nos veremos, patrón.

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