PEDRO PÁRAMO, UN RENCOR VIVO.
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Rulfo, Juan (1918-1986), novelista y cuentista mexicano, nacido en Apulco (Jalisco), escenario de la guerra cristera (1926-1929) que había de influir tanto en su vida y en su obra.
Vida
En 1924, entró en la escuela primaria y ese mismo año murió su padre, y en 1930, su madre, por lo que quedó bajo la custodia de su abuela y entró en un orfanato de Guadalajara. Se trasladó a México en 1934 y en 1938 empezó a escribir su novela Los hijos del desaliento, y a colaborar en la revista América; en 1942, publicó dos cuentos en la revista Pan, que formarían parte de El llano en llamas (1953) junto con otros que fueron apareciendo en revistas. Comenzó a trabajar para la Goodrich Euzkadi en 1946 como agente viajero y allí inició su notable labor fotográfica. Se casó en 1947 con Clara Aparicio con la cual tendría cuatro hijos.
Pasó a trabajar en el departamento de publicidad de la Goodrich y dos capítulos de su novela Pedro Páramo (1955) se publicaron en revistas y, luego el libro, traducido casi de inmediato al alemán por Mariana Frenk (1958), en breve y, sucesivamente, a varios idiomas; inglés, francés, sueco, polaco, italiano, noruego o finlandés.
Muchos de sus cuentos han sido llevados al cine y también él escribió guiones, como El despojo, sobre una idea original suya; El gallo de oro (1964) basado en una idea del novelista con guión de Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez; La fórmula secreta (1965), de Rubén Gámez con textos de Rulfo. En 1967, se hizo una película de Pedro Páramo, dirigida por Carlos Velo, y en 1973, El rincón de las vírgenes, largometraje de Alberto Isaac, sobre dos cuentos de Rulfo.
Siempre ha sido un gran viajero y ha participado en varios encuentros internacionales. En 1970 recibió el Premio Nacional de Literatura en México y en 1983 el Premio Príncipe de Asturias en España (véase Premios literarios). Murió en 1986 en la ciudad de México.
Obra
Gracias a la publicación, en 1994, de los borradores de sus Cuadernos puede advertirse el proceso de escritura en el cual Pedro Páramo se ha decantado de manera parecida a la poesía de César Vallejo, a fuerza de hachazos efectuados sobre el cuerpo mismo del texto, despojándolo de cualquier excrecencia explicativa o hasta narrativa. Si, además, se comparan los distintos borradores de estos Cuadernos con los variados fragmentos que en Pedro Páramo estructuran la novela, se advierte que en ésta la discontinuidad cronológica y anecdótica les da sustento y sirve como contrapeso necesario entre las palabras impresas y el silencio, y también instaura ese espacio sin límites al que se refiere Rulfo, cuando asegura, en una entrevista que, " los muertos no tienen tiempo ni espacio. No se mueven en el tiempo ni en el espacio. Entonces así como aparecen, se desvanecen".
El crítico uruguayo Rodríguez Monegal aseguraba en 1974: "Hace quince años era imposible no leer Pedro Páramo a la luz de la entonces vigente disputa sobre criollismo o regionalismo, versus cosmopolitismo". Polémica que de alguna manera se perpetúa cuando, simplificando, se etiqueta su obra como realismo mágico o se la estereotipa simplemente como novela indigenista. Emparentado con la tradición de la literatura de la Revolución Mexicana (Azuela, Guzmán, Muñoz), luego Revueltas (1943), o Yáñez (1947), sin lugar a duda antecedentes importantes de su obra, Rulfo rompe con esos escritores inaugurando un nuevo lenguaje y una nueva forma novelística, y a la vez creando a Comala, ese espacio novelesco que está devastado por la violencia y habitado sólo por almas en pena.
Cuando Rulfo concluye el proceso a que ha sometido sus textos dejándolos en vilo, consumidos, colindando con el silencio, la muerte se ha despojado también. El crítico mexicano Carlos Monsiváis sintetiza: "En nuestra cultura nacional, Juan Rulfo ha sido un intérprete absolutamente confiable de la lógica íntima, los modos de ser, el sentido idiomático, la poesía secreta y pública de los pueblos y las comunidades campesinas, mantenidas en la marginalidad y el olvido ". Para Borges, "Pedro Páramo es una de las mejores novelas de las literaturas de lengua hispánica, y aun de la literatura".
Fuente de información: Enciclopedia Encarta 1997de Microsoft.
Juan Rulfo
(Sayula, Jalisco 1918 - México 1986) (69 años).
Escritor mexicano. Su obra, pese a su brevedad, le ha convertido en una figura importante de la literatura mundial. Quedó huérfano en tiempos de la revolución de los cristeros (1926-1928), durante varios años estuvo en un orfanato de Guadalajara y en 1933 pasó a Ciudad de México. En 1953 publicó El llano en llamas, colección de cuentos que anticipa la atmósfera de realidad y sueño que desarrollaría en su única novela Pedro Páramo (1955). En esta obra, una realidad violenta se mezcla con el recuerdo, dando forma a un relato intemporal y denso. En 1982 se publicó El gallo de oro, guión escrito para el cine por Rulfo.
Rulfo (Juan)
{Biog.}{Lit.} Narrador mexicano, nació en Sayula el 16 de mayo de 1918. Pasa su infancia en San Gabriel hasta que muere asesinado su padre (1925) y se traslada con su madre a Guadalajara, donde cursa sus estudios, que abandona a raíz de una huelga universitaria (1933). En 1935 marcha a México y se coloca en la Oficina de Migración (1935-45); en esta ciudad conoce a Efrén Hernández (1904-58), que le publica su primer cuento, La vida no es seria en sus cosas. En 1945-63 ocupa varios puestos hasta que es nombrado director del departamento editorial del Instituto Indigenista. Sigue publicando cuentos en las revistas América (México) y Pan (Guadalajara), dirigida ésta por Juan José Arreola (n. 1953) y Antonio Alatorre (n. 1922), cuentos que aparecen reunidos en El llano en llamas (1953). En 1955 aparece su única novela,
Pedro Páramo. Tanto en los cuentos como en la novela recrea el mundo campesino en un ambiente de degradación moral y sin esperanza, en donde la gente se ve arrastrada por la fatalidad. Son obras de complicada estructura, ya que el tiempo no existe; se confunden realidad y fantasía y se preocupa más de desarrollar un ambiente y unos personajes que una trama. De carácter misántropo y abúlico, Rulfo carecía de auténtico interés por escribir, a pesar de su talento. En 1960 proyectó la novela La cordillera, que no llega a publicarse; tampoco termina El hijo del desaliento. En 1969 escribe el guión cinematográfico El gallo de oro, que convierte en relato en 1982, y en 1984 aparecen reunidos sus artículos periodísticos (Cuando yo me ausente). Murió en México el 8 de enero de 1986.GRANDES MOMENTOS DEL GENIO MEXICANO
POR ALEANDRO LEON
Juan Rulfo se convirtió en uno de los pocos escritores que llegaron a vender más de un millón de ejemplares antes de morir.
La madrugada del 9 de junio de 1923 el llano jalisciense se pobló de luces. De uno en uno, de 2 en 3 o 4, los vecinos llegaron a dar el pésame a la viuda del hacendado Juan Nepomuceno Pérez Rulfo conocido por los lugareños como don Cheno, asesinado por la espalda horas antes. Días atrás don Cheno había protestado porque las reses de su amigo Guadalupe Nava Palacios invadían las tierras de los Pérez Rulfo. Esa noche, el regaño aparentemente olvidado, volvió con virulencia a la mente de Nava: siguió a don Cheno a la distancia y, en un paraje solitario, descargó con furia su revólver sobre el desprevenido.
Doña María Vizcaíno viuda de Pérez Rulfo, despertó a sus hijos para que vieran el cadáver de su padre. Esa imagen quedó grabada por décadas en la mente, del tercero de los niños, Carlos Juan Nepomuceno, de apenas 6 años de edad, Y al cabo afloró en una de las novelas más sorprendentes de la literatura mexicana mundial:
Pedro Páramo.Carlos Juan Nepomuceno Pérez Rulfo Vizcaíno nació en mayo de 1917, en Sayula. Fue bautizado en honor del abuelo materno y de su padre, pero él escogió llamarse simplemente Juan Rulfo.
La familia Rulfo tenía casas en Sayula y en las cercanas haciendas de San Gabriel, Apulco y San Pedro. Esas propiedades, igual que muchas en el resto del país, peligraban por falta de ley y gobierno estable. Eran tiempos difíciles; el dinero no valía nada, los pueblos anochecían en manos del ejército y amanecían en poder de los rebeldes y muchas personas morían sin averiguar quién los había matado.
EL PESO DE LA ORFANDAD
A los pocos días de nacido, Juan Rulfo fue llevado a la hacienda San Gabriel, para escapar de las tropas del bandolero Pedro Zamora, que asolaban la región abajeña de Jalisco. En San Gabriel, Rulfo creció como un niño más bien tranquilo. Algunos lo definen como un memorioso que vivió rodeado de grandes contadores de cuentos. Otros lo evocan sentado el día entero en una silla, absorto en un libro o atento a un fonógrafo de manivela, con el que escuchaba disco tras disco de ópera. Como lo consideraban extraño, sus primos solían molestarlo y gustaban de hacerlo llorar arrebatándole sus juguetes. El pequeño Juan y su hermano Severiano asistieron en San Gabriel a un colegio de religiosas, hasta que el plantel cerró debido a la revuelta cristera. Al futuro escritor la guerra le brindó una oportunidad de oro: el párroco local, antes de sumarse a los rebeldes, dejó su biblioteca al cuidado de los Rulfo y el muchacho aprovechó para devorar libro tras libro.
Cuando Rulfo tenía 6 años inició la cadena trágica que amenazó con abatir a la familia: tras la muerte de don Cheno, el abuelo paterno falleció un año más tarde, incapaz de soportar la tristeza por el asesinato de su hijo. En 1927, la madre del escritor, doña María Vizcaíno, falleció de un infarto.
En los medios literarios suele contarse que todos los tíos de Rulfo murieron asesinados durante la guerra cristera. En realidad, según aclaró el propio escritor fue una trágica sucesión de accidentes: Jesús, uno de los tíos, pereció ahogado; a otro, llamado José, lo mataron en una calle de La Barca, donde trabajaba como comandante de policía; el tío Rubén murió en una fiesta campestre a consecuencia de una bala que "se le fue" a un amigo al jugar con una pistola; el tío David falleció cuando le cayó un caballo encima; un hijo de Eva Rulfo, hermana mayor del escritor, fue asesinado; y el cuñado murió un día que quiso matar una rata a balazos: el tiro rebotó y le pegó en la cabeza.
En una sociedad a la que tanto le cuesta sincerarse y hablar, sólo unos pocos escritores lograron contarle al mundo lo que se siente ser mexicano; y que lo dijeran fue tan terrible que el mundo no logra olvidarlo.
LA TRISTEZA POR LAS CAMPANAS
E1 joven Juan Rulfo fue internado a fines de los 20 en el orfanatorio Luis Silva, en Guadalajara. Ahí se distinguió no sólo por la pulcra vestimenta sino también por su carácter reservado. Reacio a participar en juegos escolares, se apartaba en un rincón y, según su compañero Luis Gómez Pimienta, «ya meditaba los temas que posteriormente lo harían famoso». Con Rulfo coincidieron en el asilo el cómico Jesús Martínez, "Palillo"; el actor Roberto Cañedo y el tenista Antonio Palafox. Los domingos el futuro escritor se encerraba en su cuarto a leer y cuando escuchaba el repique de las campanas le daba tal tristeza que a duras penas contenía el llanto.
Al egresar del internado, Rulfo se matriculó en el seminario de San José, porque pensaba que si aprendía latín lo mandarían a Roma. Al cabo, consciente de que el sacerdocio no era su vocación, abandonó el seminario (durante muchos años, Rulfo ocultó este episodio, quizá porque su tío David Pérez Rulfo, que tenía gran influencia sobre él, había sido combatiente anticristero).
Al salir del seminario Rulfo vivió con su abuela y una tía en la calle de Morelos, en Guadalajara. Se instaló en un cuarto de servicio que había en la azotea, al que sus familiares llamaban "el avión", y donde el escritor pasaba días enteros leyendo y escuchan do música clásica. Dicen que se lanzaba por las noches a recorrer, solo, las calles desiertas de la ciudad. Después cobró afición por la fotografía y participó en un concurso organizado por la revista Jueves de Excélsior. Ganó el primer premio. Esta faceta de Rulfo fue desconocida hasta hace algunos años. Se calcula que la obra fotográfica del escritor, que no se consideró nunca fotógrafo, está formada por cerca de 7,000 imágenes, ahora en manos de su hijo Juan Carlos. (Ver: El fotógrafo Juan Rulfo, CONTENIDO, Nov. 1999).
LA COMPAÑÍA DE LA SOLEDAD
En 1936, como la Universidad de Guadalajara estaba en una huelga que parecía interminable, Rulfo decidió emigrar al DF para estudiar derecho en la UNAM. Luego de reprobar los primeros cursos, renunció a la abogacía y se inscribió como oyente en clases de literatura en el vetusto edificio de Mascarones, pero lo que más le interesaba era la tertulia en la cafetería con varios jóvenes de su edad, como el crítico José Luis Martínez y el poeta Alí Chumacero.
Para que el joven Juan se ganara la vida, el tío David le consiguió un empleo en el Departamento de Migración y un lugar donde hospedarse en las afueras de la ciudad. Años más tarde, Rulfo platicaría que en esa época se sintió más solo que nunca y que desde entonces la soledad no lo abandonó.
Su trabajo en Migración le dio tiempo para explorar relaciones históricas del siglo XVI y profundizar en los autores escandinavos. Cuando descubrió que el trabajo en el archivo no interesaba a nadie, se refugió en esa labor, tan dejada de la mano de Dios que ni siquiera los cambios sexenales de gobierno cuando corrían a todos los empleados lo afectaban.
Un día, un compañero de la oficina sorprendió al jalisciense mientras garrapateaba sobre unos papeles. Acorralado, Rulfo le mostró las hojas. Luego de leerlas, el otro sólo meneó la cabeza y dijo: Malo. Esto que escribe usted es muy malo. Pero a ver, déjeme ver, aquí hay unos detallitos... El crítico era el escritor Efrén Hernández 13 años mayor que Rulfo que a partir de ese momento se convirtió en mentor, amigo y confidente: al igual que Rulfo, era provinciano de León y huérfano, de carácter introvertido y escéptico.
Hernández consiguió que Rulfo publicara su primer cuento, La vida no es muy sería en sus cosas, en 1945 en la Revista de América. Por esos meses apareció otro relato de Rulfo, Nos han dado la tierra, en la revista jalisciense Pan, dirigida por Juan José Arreola y Antonio Alatorre.
POR LOS CAMINOS DEL SUR
Un año más tarde, Rulfo abandonó la burocracia para hacerse vendedor de llantas de la Goodrich Euzkadi. Gracias a ese empleo en el que siempre mostró dedicación y empeño inusitados fue un viajero constante, que recorrió toda la república por caminos difíciles y se convirtió en experto en cuestiones geográficas. Inclusive, intentó editar sin éxito una revista sobre viajes a la que puso el nombre de Mapa. En cambio, consiguió redactar algunas guías turísticas en las que describía pueblos e itinerarios. Para combatir el tedio solía desafiar a sus compañeros con un juego de su invención: él planteaba un viaje y el rival debía describir el recorrido y el destino.
En tanto, Rulfo contrajo matrimonio con Clara Aparicio y parecía que por fin hallaría la felicidad en un hogar estable. Su esposa lo definía como un ser dulce que hablaba con los ojos y que reía con una sonrisa triste. Sin embargo, él prefería definirse como un hombre pobre en comparación con Clara, a la que llamaba una mujer rica, puesto que ella a diferencia de su marido tenía todavía abuelos y padres.
En esos años, Rulfo desarrolló otra faceta poco conocida de su personalidad: el alpinismo. Fue capitán del batallón de rescate de los alpinistas mexicanos y encabezó varios rescates, como el del ingeniero Miguel Ángel de Quevedo (creador de los viveros de Coyoacán, al sur del DF) en 1946 y el de la actriz Blanca Estela Pavón, muerta en un accidente de aviación cerca del Popocatépetl, en 1950.
IRRUPCION SORPRESIVA
En 1949, la Secretaría de Recursos Hidráulicos encargó al fotógrafo Walter Reuter (marido de la pintora catalana Remedios Varo) realizar un documental sobre las costumbres de los indios mixes, en Oaxaca. Rulfo, que acompañó al extranjero para registrar por escrito aspectos de la educación y cultura de las comunidades, no intimaba con nadie ni se quejaba de las arduas travesías o del calor; en cambio, dedicó gran parte del trayecto a tomar fotografías.
Casi un lustro más tarde, el callado vendedor viajero publicó un libro de cuentos, El llano en llamas (1953), que sorprendió por igual a la crítica nacional y extranjera. Dos años después publicó la novela Pedro Páramo (1955) y volvió a asombrar al mundo. A partir de entonces, Rulfo se volvió un mito viviente: sus 2 obras que en conjunto no llegan a 300 páginas, alcanzaron tirajes de 100,000 ejemplares y fueron traducidas a 70 idiomas (entre otros: chino, croata y búlgaro) y a varios dialectos indígenas (mixteco, chontal, triqui, maya).
Al cabo, se convirtió en uno de los raros escritores que llegan a vender más de un millón de ejemplares antes de morir.
A menudo, cuando Rulfo comparaba sus 2 «libritos» con los cientos de tesis universitarias escritas sobre ellos, comentaba con sorna: «Pensar que todos tuvieron becas para hacerlas». Después del éxito literario el escritor renunció a publicar y pronto se hizo famoso un dicho en el mundo de las letras: el maestro se volvía más famoso con cada libro que no escribía. Por muchos años afirmó que su siguiente obra se llamaría La cordillera, célebre por que jamás la concluyó.
GRANDES MOMENTOS DEL GENIO MEXICANO:
LA FORJA DE LA LEYENDA
Los conocidos de Rulfo afirmaban que éste sí intentó escribir otra novela pero que a menudo se preguntaba: «¿Para qué? Todo me lleva a lo que ya escribí». Pasó sus últimos años en el Instituto Nacional Indigenista, donde dirigió y coordinó el departamento editorial. También fue asesor literario del Centro Mexicano de Escritores. Por las tardes era fácil encontrarlo en las librerías del sur del DF donde, además de comprar libros, revistas y sentarse a leer bebiendo café, accedía a conversar con cualquiera que se le acercara sobre cuestiones de fotografía, historia, geografía o libros raros, pero jamás de sus propias obras.
Algunos que lo conocieron en esa época lo tildaron de melancólico, sombrío, refunfuñón y pesimista. Otros, como los escritores Juan José Arreola y Antonio Alatorre, coinciden en que Rulfo practicaba la mentira como una forma literaria y que cuando fantaseaba terminaba por creer reales sus invenciones. Según varios más, como el poeta chiapaneco Eraclio Zepeda, Rulfo era más bien luminoso y gustaba de la compañía de sus amigos, con quienes pasaba horas charlando. En suma, agrega Zepeda, el jalisciense tenía la envidiable cualidad de estar siempre en guardia contra los estudiosos de la literatura. Uno de sus pasatiempos más amados era contar mentiras diferentes a distintos críticos. Al cabo, la vida de Rulfo llegó a ser un enigma casi indescifrable. Aunque rechazaba los homenajes, en 1956 recibió el premio Xavier Víllaurrutia: el Nacional de Literatura, en 1970; el Jalisco de Literatura, en 1979, y el Príncipe de Asturias, en 1983.
Algunos de sus cuentos fueron llevados al cine, pero ninguna de esas películas ha hecho justicia a su iluminado origen.
Juan Rulfo falleció en 1986, en el DF. Según los críticos, aún ahora no ha surgido un narrador que pueda considerarse heredero del jalisciense que, como los personajes de su novela, se ha convertido en un muerto vivo omnipresente en cada renglón de literatura que desde entonces se hace no sólo en México sino en todo el mundo de habla española: una sombra implacable, tan imposible de conjurar como de exorcizar.
Tomada de la Revista Contenido. ISSN-0188-7106. Junio 1999.
Manuel Vega Velázquez. Mayo 19, 1999.