Pedro Páramo. capítulo 3. Página 13.
Me había quedado en
Comala. El arriero, que se siguió de filo, me informó todavía antes de despedirse:—Yo voy más allá, donde se ve la trabazón de los cerros. Allá tengo mi casa. Si usted quiere venir, será bienvenido. Ahora que si quiere quedarse aquí, ahi se lo haiga; aunque no estaría por demás que le echara una ojeada al pueblo, tal vez encuentre algún vecino viviente.
Y me quedé. A eso venía.
—¿Dónde podré encontrar alojamiento? —le pregunté ya casi a gritos.
—Busque a doña
Eduviges, si es que todavía vive. Dígale que va de mi parte.¿Y cómo se llama usted? —
Abundio —me contestó. Pero ya no alcancé a oír el apellido.