Pedro Páramo. capítulo 41. Página 85.

Ir al resumen.

Fue Fulgor Sedano quien le dijo:

—Patrón, ¿sabe quién anda por aquí? —¿Quién?

Bartolomé San Juan.

—¿Y eso?

—Eso es lo que yo me pregunto. ¿Qué vendrá a hacer?

—¿No lo has investigado?

—No. Vale decirlo. Y es que no ha buscado casa. Llegó directamente a la antigua casa de usted. Allí desmontó y apeó sus maletas, como si usted de antemano se la hubiera alquilado. Al menos le vi esa seguridad.

—¿Y qué haces tú, Fulgor, que no averiguas lo que pasa? ¿No estás para eso?

—Me desorienté un poco por lo que le dije. Pero mañana aclararé las cosas si usted lo cree necesario. —Lo de mañana déjamelo a mí. Yo me encargo de ellos. ¿Han venido los dos?

—Sí, él y su mujer. ¿Pero cómo lo sabe? —¿No será su hija?

—Pues por el modo como la trata más bien parece su mujer.

—Vete a dormir, Fulgor.

—Si usted me lo permite.

"Esperé treinta años a que regresaras, Susana. Esperé a tenerlo todo. No solamente algo, sino todo lo que se pudiera conseguir de modo que no nos quedara ningún deseo, sólo el tuyo, el deseo de ti. ¿Cuántas veces invité a tu padre a que viniera a vivir aquí nuevamente, diciéndole que yo lo necesitaba? Lo hice hasta con engaños.

"Le ofrecí nombrarlo administrador, con tal de volverte a ver. Y qué me contestó? 'No hay respuesta —me decía siempre el mandadero—. El señor don Bartolomé rompe sus cartas cuando yo se las entrego' Pero por el muchacho supe que te habías casado y pronto me enteré que te habías quedado viuda y le hacías otra vez compañía a tu padre."

Luego el silencio.

"El mandadero iba y venía y siempre regresa diciéndome:

"—No los encuentro, don Pedro. Me dicen que salieron de Mascota. Y unos me dicen que para acá y otros que para allá.

"Y yo:

"—No repares en gastos, búscalos. Ni que se los haya tragado la tierra.

"Hasta que un día vino y me dijo:

"—He repasado toda la sierra indagando el rincón donde se esconde don Bartolomé San Juan, hasta que he dado con él, allá, perdido en un agujero de los montes, viviendo en una covacha hecha de troncos, en el mero lugar donde están las minas abandonadas de La Andrómeda.

"Ya para entonces soplaban vientos raros. Se decía que había gente levantada en armas. Nos llegaban rumores. Eso fue lo que aventó a tu padre por aquí. No por él, según me dijo en su carta, sino por tu seguridad, quería traerte a algún lugar habitado.

"Sentí que se abría el cielo. Tuve ánimos de correr hacia ti. De rodearte de alegría. De llorar. Y lloré, Susana, cuando supe que al fin regresarías."

Retornar al Índice.

Pasar al capítulo 42.